viernes, 5 de noviembre de 2010

Los componentes básicos de la Salud Emocional


La salud de las emociones posee cuatro componentes básicos que es necesario entrenar para obtener un mayor bienestar y mejor calidad de vida: autoconocimiento, autocontrol, empatía y asertividad.

1.    Autoconocimiento        
El autoconocimiento es una herramienta indispensable para poder tomar las riendas de nuestra conducta. Para llegar a conocernos cada vez más, nada mejor que dirigir la atención hacia lo que pensamos, sentimos y hacemos. Esta actitud de auto observación nos ayudará a tomar conciencia de las emociones que experimentamos y a elegir el modo en el que queremos expresarlas.

2. Autocontrol
Si ante los problemas nuestra respuesta es la desesperación o el desborde, difícilmente encontremos una solución al conflicto que nos aqueja.  A la hora de enfrentar las contrariedades, la calma y la capacidad de razonar nos ubican en una mejor posición para salir de cualquier aprieto. El cultivo de estas cualidades también nos será de gran ayuda para calmar la ansiedad ante la espera de que algo se resuelva, y a tolerar la frustración cuando las cosas no se dan de acuerdo a nuestras expectativas.

3. Empatía
Nada mejor que aprender a ponernos en el lugar del otro para tener un panorama más amplio de las cosas, abrir nuestra mente y entender mejor a los demás. La empatía no es otra cosa que saber reconocer las emociones ajenas y hacer lo posible por mirar la realidad desde un punto de vista diferente. Si logramos  salir de nuestro centro y desarrollar esa cualidad, estaremos en mejores condiciones de: entablar nuevas relaciones sociales; promover vínculos afectivos comprometidos; y establecer un clima afectivo agradable con quienes nos rodean.

4. Asertividad          
1. Enunciar con claridad los deseos y necesidades.
¿Cuántas veces pretendemos que los otros se den cuenta de lo que queremos y nos quedamos esperando respuestas a demandas que no hemos explicitado? Hasta podemos llegar a ofendernos porque no han satisfecho aquello que nunca expresamos con claridad. Esperamos que el otro sea una especie de vidente capaz de leer nuestra mente y de accionar adivinando nuestro pensamiento. Si no queremos deteriorar las relaciones interpersonales en las que estamos involucradas tendremos que aprender a obtener lo que deseamos enunciando con claridad deseos y necesidades, erradicando la queja y la manipulación del abanico de nuestras conductas habituales.

2. Poner límites sin agredir.
Puede que nos cueste decir no y aceptemos hacer lo que no deseamos, ocuparnos de lo que no queremos, decir lo que no pensamos y así, por no violentar al otro, nos violentemos a nosotros mismos. También puede ocurrirnos lo contrario, que para decir no necesitemos enojarnos, culpando a quien nos demanda alguna cosa, o nos pone en la posición de tener que negarnos. El no tiene mala prensa pero su uso es muy positivo si sirve para expresar nuestro deseo, necesidad o, simplemente para dejar en claro que no estamos eligiendo alguna cosa.
Hemos aprendido que nuestros derechos terminan cuando empiezan los de los demás, pero esto es también válido a la inversa, pues tenemos derecho a no aceptar lo que no queremos por más que el otro desee que lo hagamos. Si somos conscientes de estar ejerciendo este derecho, nos sentiremos más fuertes para explicar con claridad, y sin agresiones, que no vamos a cubrir la expectativa de quien nos solicita lo que no queremos dar, o invade un terreno que nos pertenece y no queremos que ocupe.

3. Reconocer ante los demás las limitaciones y faltas, aceptando la responsabilidad por los propios actos sin excusarse.
Es posible que nos cueste mucho aceptar nuestras equivocaciones y tengamos la tendencia a señalar a los otros como responsables de nuestros propios errores pero, asumir el control de la propia vida implica hacerse responsable por lo bueno y lo malo que hay en ella. Somos responsables de nuestras elecciones, decisiones, alegrías, tristezas, aprendizajes, errores y aciertos, y lo somos porque tenemos la libertad de elegir. Si aceptamos ante los demás la responsabilidad por nuestros propios actos estaremos sembrando las semillas de un modelo ético de existencia.

4. Pedir ayuda cuando la necesitamos.
Puede que en ocasiones registremos la necesidad de ayuda pero no nos atrevamos a pedirla, o que estemos esperando que el otro se de cuenta de lo que nos pasa y accione en consecuencia. Tal vez las experiencias tempranas de nuestra vida nos demostraron que era inútil pedirla o esperarla porque quienes eran responsables de cuidarnos no nos la brindaban. Puede, en fin, que por razón de nuestra historia hayamos construido patrones disfuncionales de interacción que nos han impedido mostrar a los demás nuestras necesidades y debilidades. Las experiencias vitales explican pero no justifican que nos quedemos en un lugar poco satisfactorio.
Podemos cambiar nuestra historia incorporando formas de interacción que nos beneficien, esto es, expresando de manera clara y directa lo que necesitamos a quien sea capaz de dárnoslo.

Lic. Alicia López Blanco
Psicóloga Clínica