jueves, 23 de septiembre de 2010

NIDO VACÍO: CRISIS Y OPORTUNIDAD

Cuando los hijos se van de la casa, se presenta la opción de ocuparse más del desarrollo personal y el de la pareja. Todo cambio en la vida genera pérdidas y ganancias. El prestar mayor atención a éstas últimas influye positivamente en el bienestar integral de la persona.
Por la Lic. Alicia López Blanco (Extraído de Los Anteojos del Tata http://losanteojosdeltata.com.ar)

Cuando los hijos, tal como es esperable, dejan la casa familiar en un intento de construir su propia existencia de manera independiente, algunos padres, y sobre todo algunas madres, padecen lo que suele llamarse el Síndrome del Nido Vacío. Algunos de sus síntomas son: sensación de extrañeza, vacío, soledad, tristeza, desolación, inadaptación, desmotivación, fatiga, ansiedad, problemas sexuales, y desinterés por actividades cotidianas.

Este sentimiento de falta de sentido de la vida suelen experimentarlo quienes han hecho de sus hijos el centro de su existencia y, aún sabiendo que algún día se irán, pues este paso se encuentra fehacientemente arraigado en la cultura, no dejan de sorprenderse desagradablemente cuando esto sucede.

Si el motivo esencial de la vida de una persona son los hijos, sus mundos particulares y sus problemas, cuando éstos parten queda vacía de vivencias, intereses personales y satisfacciones. No ha edificado un andamiaje propio que le proporcione disfrute y felicidad, y conserva, en su sistema de creencias, al sacrificio como un valor.

Muchas mujeres se han sentido realizadas llevando adelante su hogar, atendiendo a la familia y a la educación de sus hijos pero, cuando estos se alejan, quedan despojadas de una parte fundamental de su identidad y ya no se reconocen. No saben qué hacer con su tiempo, nada las motiva lo suficiente, se sienten prescindibles e inútiles.

Ante el vacío físico y emocional, necesitan encontrar un nuevo eje alrededor del cual reestructurar y organizar sus vidas. La superación de esta problemática, que no es nada más que una etapa esperable en el ciclo vital de una familia, requiere de un trabajo que no siempre puede afrontarse sin ayuda terapéutica.

Reconstruir la pareja

Otra consecuencia de este cambio es que marido y mujer vuelven, como al principio de la relación, a quedarse solos. Si durante los años de crianza y crecimiento de los hijos no han alimentado la relación de pareja, estimulado el interés mutuo, y construido un proyecto compartido, la vida en común comienza a carecer de sentido. Queda así en evidencia que se sostenían unidos, principalmente, por la presencia de los hijos y que, pasados los años, los otros lazos que estaban presentes en el inicio se han deteriorado o ya no existen. Se sienten dos extraños habitando una misma casa.

Lo contrario sucede en una pareja que ha sabido preservar sus espacios personales al tiempo que ha cuidado el vínculo, la partida de los hijos es un hecho que pueden anhelar, porque es el preámbulo de una nueva etapa de mayor libertad e intimidad.

Por supuesto, como toda crisis vital, en ninguno de los casos está exenta de dificultades, y de la puesta en acto de los necesarios mecanismos de adaptación y ajuste. El éxito o fracaso de esta nueva fase estará ligado a las experiencias vitales anteriores con relación a las pérdidas, y al desarrollo de recursos que haya tenido lugar en ellas.

Como cualquier ser vivo, la familia atraviesa distintas fases en su desarrollo. Una de ellas es la partida de los hijos del hogar. El cambio que ésta propone pone de relieve un tema existencial, el paso de los descendientes a la edad adulta muestra el paso del tiempo para todos. Todo lo que termina significa una muerte en sentido simbólico y no podemos evitar que eso nos confronte con la muerte real.

Ante esto se abre una oportunidad, la de encontrar nuevos ejes alrededor de los cuales hacer girar la vida personal, y la de la pareja. El ‘nido vacío’ sólo significa que los hijos han volado. La buena noticia es que han dejado mucho más espacio para aprovechar.

Sólo basta con poner en acto la creatividad para seguir pariendo hijos en sentido simbólico, con el aliciente de que no van a llorar de noche pidiendo lactar, tener 40º de fiebre a la madrugada, poner a prueba el temple porque no han realizado las tareas escolares, o alterar el sueño porque han salido con los amigos, es tarde, y aún no han regresado.

Mujeres solas

Puede que muchas parejas ya no estén juntas a la hora de enfrentar la partida de los hijos del hogar, o que nunca lo hayan estado, como en las familias monoparentales. Usualmente, en ese caso, las madres han sido sostén económico y afectivo, han desarrollado muchos recursos de adaptación a lo novedoso, y ellas mismas son constante motor de cambio. Esto no quiere decir que no van a sufrir la pérdida sino que, en general, tienen mayor capacidad para transitarla, soportarla, y resolver con éxito el duelo.

En el caso de estar en pareja, aún cuando se haya dejado durante años de poner energía en ella, y si se sigue eligiendo a esa persona, no es tarde para propiciar un reencuentro y renovación del vínculo.

Como en cualquier otro proyecto que nos propongamos emprender, necesitamos utilizar los recursos adecuados para este fin: contacto amoroso, comunicación eficaz, relaciones sexuales satisfactorias y frecuentes, metas en común, diversión compartida.

Puede resultar confortante abrir el diálogo sobre el sentimiento respecto de la etapa que se está atravesando para pensar juntos el modo de estimular una relación más atractiva para ambos.

En lo que refiere a la vida personal, es una oportunidad para reorganizar el tiempo y poder dedicarse a la realización de proyectos postergados, asignaturas pendientes, actividad física, salidas, encuentros con amigos, lecturas, y lo que sea que despierte el interés y dé placer hacer.

El nido vacío está lleno de la propia persona, y eso no es poco.

Lic. Alicia López Blanco

Psicóloga clínica. Autora, entre otros de: ‘Por qué nos enfermamos’ Ed. Paidós

lunes, 6 de septiembre de 2010

UNA LECTURA HOLÍSTICA DEL COLON IRRITABLE

La Lic. Alicia López Blanco hace una lectura holística del Colon irritable a través de un caso clínico. Las funciones del colon tienen como atributos la permisividad, el desapego, la selección, la capacidad de absorción de lo necesario y de expulsión de lo que no lo es. (Extraído de Los Anteojos del Tata http://losanteojosdeltata.com.ar)

Esta problemática es también denominada síndrome del intestino irritable. Lo de irritable alude a que las terminaciones nerviosas de esa zona del aparato digestivo se encuentran muy sensibles y en extremo reactivas. El más mínimo estímulo activa en ellos una inapropiada actividad motora que causa dolor o alteraciones en el tránsito intestinal en forma de diarrea o estreñimiento y gases. La ‘diarrea’ no es tal, puesto que no existe un aumento en el volumen de las heces; el agua es absorbida con normalidad y en general no aparece sangre con las deposiciones. Sí puede aparecer mucosa en las heces, y existe la sensación subjetiva de que no ha habido una evacuación intestinal completa tras la defecación.

Las funciones del colon tienen como atributos la permisividad, el desapego, la selección, la capacidad de absorción de lo necesario y de expulsión de lo que no lo es.

Un caso clínico

El siguiente caso clínico intenta ilustrar la lectura holística que puede hacerse de este síntoma:

Raúl se presentó a la consulta tratando de encontrar solución a su problema. El gastroenterólogo le había dicho que sus intestinos estaban bien, pues en los estudios realizados no se había encontrado ninguna patología que diera cuenta de los síntomas. Le mencionó el Síndrome del Intestino Irritable, y su relación con el estrés, y le recetó una medicación para disminuir la motilidad intestinal junto con un ansiolítico, explicándole que se su sistema nervioso se encontraba hiper-reactivo y por eso había que aplacarlo.

Una amiga le aconsejó realizar una consulta psicológica y, aunque él no era en esos momentos muy proclive a creer en los efectos benéficos de la psicoterapia, pensó que algo tenía que intentar para salir de su estado.

Al inicio del tratamiento Raúl tenía 47 años, de profesión contador, casado desde hacía 25 años, con dos hijas mujeres de 18 y 22 años. Manifestó tener una buena relación con su familia aunque dijo, textualmente: “No tengo demasiado tiempo para dedicarme a mi mujer y a las chicas. Hay que mantener una casa como la que tenemos y todo el tren de vida al que están acostumbradas. Las chicas estudian en una universidad privada y son mujeres, les gusta vestir bien y comprarse cosas. No es fácil”

Dijo que su profesión le gustaba “aunque corro todo el día de aquí para allá”. También dijo que con su pareja se llevaba bien aunque admitió que no compartían casi nada y que su vida sexual era casi inexistente.

Lo que expresaba el cuerpo

Su cuerpo expresaba un descontrol mucho mayor que el que revelaba su discurso. La frecuencia de su necesidad de evacuar había comenzado a afectar, en su trabajo, la interacción con otras personas. Apenas podía dormir porque el síntoma también lo despertaba de noche. Padecía fuertes dolores abdominales, gases e inflamación, por lo que los trastornos lo ocupaban tanto que estaba pendiente de ellos todo el día.

De manera conciente no pudo asociar la aparición de la problemática con ningún acontecimiento puntual, y tampoco pudo precisar cuándo había comenzado todo porque no se acordaba.

Al inicio del proceso terapéutico sólo le interesaba hablar en sus sesiones de cómo se había comportado su intestino esa semana, y todo intento de mi parte por llevarlo hacia otro tipo de reflexión o acontecimiento había resultado infructuoso.

Raúl había tomado su tratamiento psicológico como si éste fuera un remedio que, tomado cada semana, debía calmar mágicamente la actividad de su colon. Como esto no estaba sucediendo, vino un día a plantearme la falta de éxito del mismo. Le expliqué que, a través del síntoma, su cuerpo estaba hablando de él, de su propia irritación, dolor, desborde, sensibilidad y reactividad. Que sólo iban a revertirse los síntomas si él se hacía cargo de realizar en su vida los cambios que esta problemática  le estaba reclamando. Que hasta ese momento había tratado a su intestino como si fuera algo ajeno que venía a molestarlo, pero que las enfermedades no vienen desde el exterior, que nos pertenecen, que son señales que pueden ayudarnos a reencauzar nuestras vidas. Que si esperaba que yo le solucionara el problema estaba equivocado, que era él quien tenía que hacerlo, y que también era él quien tenía el poder para que esto sucediera.

El cambio

Fue a partir de ese momento que pudimos iniciar el proceso terapéutico que lo llevaría al cambio. Paulatinamente comenzó a darse cuenta de que su posición en la vida era la de hacerse cargo y sostener, más allá de sus posibilidades: Él era el único sostén económico del hogar. Su esposa se mostraba incapaz de organizar y administrar la casa, fundamentalmente en lo que refería al dinero. Con respecto a sus hijas dijo: “Sólo saben pedir y pedir. Se creen que yo soy un Banco”.  Sus padres, ya mayores, lo esperaban cada semana para que les organizara los gastos y colocara el dinero en sobres. Si bien tenían una jubilación, ésta era mínima y él les pasaba una mensualidad.

Raúl fue tomando conciencia de todo lo que sostenía y de todo lo que perdía al mismo tiempo. Nada parecía suficiente “el dinero salía como las evacuaciones”, con demasiada frecuencia, sin que él pudiera controlarlo.

Los síntomas de Raúl reflejaban irritación, inflamación (que siempre es un signo de conflicto), dolor y pérdida, y le impedían disfrutar y de trabajar.

En un principio, traté de llevar su atención al lugar que ocupaba en las relaciones con los otros: su posición de organizador, de sostenedor, de nutriente. La dificultad para retener (uno de sus síntomas principales) era de los demás, pero él se hacía cargo del desborde de los otros a través de su propio síntoma.

Los desórdenes del colon, están relacionados con la dificultad para soltar o desechar aquello que no produce ningún beneficio y que, si se retiene, puede resultar tóxico para la persona entera. En este caso, la posición que Raúl asumía en las relaciones interpersonales era sumamente tóxica para él. Lo que le sucedía en el cuerpo era una réplica de lo que le sucedía en la vida. Sostenía las conductas poco responsables de todos los que lo rodeaban, y su cuerpo le contaba que esto superaba su capacidad de asimilación y afrontamiento.

El área de expresión del síntoma, la del abdomen, es la zona de las emociones por excelencia. Allí se pone en evidencia la capacidad para aceptar, asimilar, transformar y aprovechar lo que la vida brinda. La metabolización de afectos y sentimientos. Es una zona que sugiere, movimiento y transformación. Capacidad de adaptación y cambio.

Las funciones del colon son las de permitir el paso de los elementos a ser desechados por el organismo, absorber algunos minerales y el agua y formar la materia fecal para que esta pueda ser expulsada en su totalidad por el organismo. Las funciones de este órgano tienen como atributos la permisividad, el desapego, la selección, las capacidades de absorción de lo necesario y de expulsión de lo que no lo es.

En el caso de Raúl, el reclamo fundamental del síntoma era el de cambiar una determinada posición en sus relaciones interpersonales.

Durante el proceso terapéutico comenzó a cambiar su posición de “abastecedor económico de todos” y empezó a ocuparse de su propio “abastecimiento”: su alimentación, sus cuidados personales, el reconocimiento de su deseos y necesidades y la ejecución de acciones tendientes a satisfacerlos. Por otra parte, aprendió a  salir de situaciones en las cuales se encontraba repitiendo la modalidad de “salvador”.

Actualmente continúa en tratamiento y reconoce que el espacio terapéutico lo ayuda a conocerse y cuidarse cada vez más.

Lic. Alicia López Blanco

Psicóloga clínica