lunes, 3 de enero de 2011

Postura corporal y autoestima


Así como la postura del cuerpo revela rasgos de la personalidad y estados emocionales, sus modificaciones pueden llegar a estimular, a su vez, cambios en el autoconcepto y autoestima.

La postura corporal es la manera en la que disponemos nuestra estructura ósea en el espacio y el tono muscular con el que lo hacemos. La postura es reveladora de características de la personalidad, afectividad y funcionamiento del organismo. Da cuenta de cómo nos plantamos ante la vida, nuestras prioridades, lo qué ocultamos, el aspecto personal con el que estamos en mayor contacto, y el que desatendemos.
            En la estructuración de nuestra postura corporal han influido las diferentes experiencias de las etapas más tempranas de nuestro desarrollo derivadas de la interacción entre lo que traemos genéticamente con el medio ambiente físico y afectivo.
            Sobre este patrón fijo de distribución del cuerpo en el espacio desplegamos diferentes actitudes corporales pero también tendemos a organizar estas actitudes en esquemas repetidos generando así un abanico propio de respuestas corporales fijas para cada ocasión.
            Las creencias y conocimiento que tenemos de nosotros mismos conforman nuestro autoconcepto, y en él está incluida la autoestima. Ésta posee un componente valorativo que refleja la opinión que tenemos respecto de nuestra propia persona.
            La postura corporal influye en la forma de pensar acerca de uno mismo. En esto se basó         Pablo Briñol, de la Universidad Autónoma de Madrid, quien ha realizado investigaciones centradas en la postura de la espalda y su relación con la autoconfianza.
            En un experimento, solicitó a 71 estudiantes de la Universidad de Ohio que pensaran acerca de sus propias cualidades para conseguir un trabajo. Antes, les solicitó que se sentaran en una postura determinada: unos con la espalda erguida y con el pecho hacia fuera -postura de confianza- y otros, cabizbajos, con la espalda encorvada -dudosos.
            Tras generar pensamientos sobre fortalezas o debilidades en ambas posturas, todos los participantes contestaron a una encuesta sobre su futuro profesional: si se consideraban buenos candidatos, si creían que podían superar un proceso de selección con éxito y si pensaban que serían trabajadores capaces de rendir.
            Quienes se centraron en sus puntos fuertes se evaluaron mejor como candidatos que los estudiantes que deliberaron sobre sus puntos débiles. Sin embargo, esta correlación entre pensamientos y evaluación sólo se produjo cuando se había tenido una postura positiva. Los investigadores concluyeron en que, al pensar en los puntos fuertes, una posición corporal segura genera más confianza y, por tanto, un sentimiento positivo con relación a uno mismo.
            Los pensamientos negativos unidos a una mala postura aumentan la confianza en esa creencia y conllevan una evaluación negativa de uno mismo. Por el contrario, tener pensamientos negativos cuando se mantiene una postura adecuada implica, en su mayoría, una evaluación general favorable, ya que la posición reduce la validez percibida de las limitaciones.
            Todos podemos transformar nuestra postura si tomamos conciencia de que no nos favorece y deseamos el cambio. Este puede llevarse a cabo por tres vías, la de la mente, la del cuerpo y la de la conducta. Desde la mente, revisando nuestro sistema de creencias y forma de vincularnos. Desde el cuerpo, mediante un trabajo corporal consciente que nos ayude a conectarnos con nuestras emociones. Desde la conducta, poniendo en acto la voluntad de cambio.
            La postura de una persona puede variar a lo largo de su vida si ésta realiza un proceso de crecimiento personal y se contacta con aquello que necesita cambiar para obtener una mayor plenitud. El primer paso consiste en prestar atención sin intentar realizar modificaciones. Una vez que uno descubre aquello que necesita cambiar para estar mejor no es fácil permanecer pasivo, pero esa instancia es sumamente importante en el proceso de transformación, ya que el movimiento interno y su retención voluntaria le dan energía al motor del cambio para que éste se produzca.


Lo que reflejan algunas posturas corporales:
Cabeza y cuello adelantados:
Da prioridad al plano mental o de las ideas. Tendencia a proyectar y fantasear. Se adelanta a los acontecimientos, estilo visionario. Puede ser índice de poseer un bajo registro de las necesidades básicas y también ciertas dificultades a la hora de volver tangibles sus fantasías o proyectos.
Cabeza hundida dentro del tronco:
No puede sacar afuera sus ideas, proyectos e imágenes. Dificultades en la comunicación con los otros. Tendencia a poner afuera la causa de los problemas. Tronco curvado hacia delante y hombros proyectados hacia delante y hacia abajo:
Es la típica postura del agobio, la sobrecarga, el abatimiento, la desesperanza y la culpa. Dificultades para la acción, la autoexpresión y la autorrealización. Tendencia a hacerse cargo de los deseos y necesidades de los otros. Inclinación a la melancolía y a experimentar sentimientos de culpa.
Tronco proyectado con amplitud, esternón elevado, hombros relajados:
Denota entusiasmo, tendencia a la impulsividad, alegría, empuje. Sociable y con capacidad de acción.
Tronco proyectado hacia delante, esternón elevado, hombros hacia atrás:
Miedo o tendencia a sentirse perseguido. No va de manera entusiasta al encuentro de algo sino que huye de alguna cosa.
Abdomen proyectado hacia fuera:
Sensible y emocional, con capacidad empática. Puede ser vulnerable y dependiente en las relaciones con los otros. Adaptable, tratará de complacer al otro. Proclive al desborde emocional y a la melancolía.
Pelvis en anteroversión:
Dificultades para concretar logros y obtener placer. Actitud defensiva ante la vida. Probables problemáticas sexuales y de contacto con el otro.
Pelvis en retroversión, abdomen retraído:
Prioriza aspectos instintivos y de supervivencia. Esconde sus emociones y tiene dificultad para contactarse con lo que siente. Estilo retentivo en todos los planos. Apego. Dificultad para los cambios.
Rodillas estiradas:
Inseguridad, miedo al derrumbe. Dificultad para aceptar la diversidad, incorporar nuevas ideas o modos de resolver problemas. Escasa capacidad empática.
Rodillas semi-flexionadas:
Dependencia. Poca capacidad para sostener al otro y también para conservar las propias ideas, las cuales tienden a acomodarse a la tendencia general.

Lic Alicia López Blanco - Psicóloga Clínica
Autora de La salud emocional y Por qué nos enfermamos, ambos editados por Paidós.