jueves, 16 de agosto de 2012

La vida después del divorcio


Las separaciones son pérdidas que afectan la propia percepción, identidad, posición existencial y modo de concebir la existencia hasta ese momento. ¿Cómo sanar las heridas? ¿Cómo podemos las mujeres restaurar la propia vida después del divorcio?

Las posibilidades de lograrlo están en estrecha relación con las expectativas. Si pensamos que las cosas son para siempre, como si el ‘siempre’ existiera, la frustración nos acompañará a cada vuelta del camino, pero si entendemos la vida como un proceso colmado de ciclos, atravesaremos esa instancia con la esperanza que generan las nuevas etapas.

Así como todos los seres vivos tenemos un principio y un final, las relaciones también las tienen, o al menos cumplen ciclos de nacimiento, crecimiento, meseta, declinación y muerte. Luego de esto, si el afecto está presente, puede sobrevenir un renacimiento ligado a una renovación, pero no necesariamente las cosas son así, por lo que es saludable estar preparadas para los finales y también tener el coraje de proponerlos si no estamos satisfechas con el vínculo.

Los miedos que se presentan en estas circunstancias son, generalmente, a no poder solas con lo que sea que haya que afrontar: el aspecto económico, la crianza de los hijos, el manejo de aspectos cotidianos que descansaban hasta ese momento en manos del hombre, a perder un estatus determinado siendo la ‘señora de’, a perder las red social que compartían con la pareja, a no encontrar otra persona que pueda despertar su interés, a no saber construir un nuevo vínculo. Todos son válidos y sirven para alertarnos en el camino pero no tenemos que ponerlos delante para que no paralicen el nuevo aprendizaje, pues se trata solo de eso, de aprender a estar en el mundo en un lugar diferente haciendo cosas diferentes.

La paz interior depende, justamente, de acallar la demanda de que la realidad sea lo que no es, la clave es la aceptación y el reconocimiento de que uno ‘es’ sin el otro. Si no se toma la ruptura como fracaso sino como la finalización de un ciclo, las fuerzas para salir adelante aparecen solas.

En el inconsciente colectivo de las mujeres está la de ser el sexo débil, una creencia instalada por los hombres para ejercer la dominación y someternos a lo largo de siglos. Es cierto que muchas pierden autonomía por obedecer a ese mandato y cubrir la expectativa de los otros pero, si bien en la mayoría de los casos nuestra fuerza física es menor que la de los hombres, no es así con relación a la fortaleza espiritual. Las mujeres poseemos una enorme capacidad para resistir, afrontar, sostener y contener en momentos de crisis solo que a veces, al no saber que poseemos ese recurso, no apelamos a él tanto como debiéramos, o no lo hemos entrenado lo suficiente.

Basta con mirar cómo tantas mujeres solas son capaces de llevar una vida plena para que quede claro que no solo se puede sino que la vida puede ser aún mejor. Nunca se sabe lo que esta tiene para brindarnos hasta que no nos atrevemos a recorrer la senda que nos lleva a descubrir nuevas posibilidades.

Alicia López Blanco
Psicóloga Clínica

martes, 7 de agosto de 2012

Enamorarse después de los 50


La vida siempre nos ofrece oportunidades y, en lo que al amor se refiere, cualquier edad es propicia para que estas se presenten. Entre los 50 y los 60 años, la mayoría de las personas han atravesado una considerable cantidad de experiencias diversas: casamientos, divorcios, separaciones, o viudez. La vida es movimiento, las personas cambian, los vínculos también, y por una u otra razón, lo que una vez fue se ha terminado.

Todo depende de cómo cada persona haya capitalizado sus experiencias pero, en general, suelen aparecer las ganas de volver a enamorarse. Quienes toman lo vivido como aprendizajes no piensan en términos de fracaso y ven en un nuevo amor la oportunidad de poner en acto lo aprendido. Por esto, cuando se inicia una relación en esta etapa de la vida, la construcción de un nuevo vínculo suele encararse con más realismo, sabiduría, paciencia y cuidado.

Las probabilidades de que una persona se enamore dependen de una combinación de variables: estar disponible, encontrarse con la persona que sea capaz de despertar ese sentimiento y que este sea correspondido.  Podríamos sintetizarlo de este modo: estar en el lugar indicado, con la persona indicada, en el momento indicado. En este sentido, algunos tienen más suerte que otros, están más abiertos a que les suceda o se esfuerzan por generar oportunidades.

Si el encuentro genuino se genera, no hay edad límite para experimentar las sensaciones que provee la etapa de enamoramiento, esa cumbre química en la que nos invaden fuertes sensaciones corporales y nos sentimos enajenados por el otro, pero no debemos olvidar que ellas constituyen solo una etapa en la construcción de un amor maduro, el cual necesita desligarse de la ilusión de que el otro sea como uno desea e implica la aceptación de como es en realidad.

Groucho Marx, en su autobiografía Groucho y yo, comenta: "… el verdadero amor aparece sólo cuando se han amortiguado las primeras llamaradas de la pasión y quedan sólo las ascuas. Este es el verdadero amor, que guarda sólo una relación remota con el sexo. Sus partes integrantes son la paciencia, el perdón, la comprensión mutua y una gran tolerancia hacia los defectos ajenos. Creo que ésta es una base mucho más firme para la perpetuación de un matrimonio feliz".

Pasados los 50 las personas suelen estar más allá de prejuicios y mostrarse como son. Se acercan a una relación con su bagaje de experiencias con todos los beneficios y lastres que esto conlleva, y esperan ser aceptados con lo que cargan en su mochila. Del mismo modo, aquellos que valoran el hecho de comprometerse en un vínculo amoroso, también están dispuestos a aceptar lo que el otro trae.

Las expectativas son más realistas  por lo que se valora la empatía, la seguridad, el compañerismo, poder confiar, compartir lo posible, divertirse juntos, y el respeto por las individualidades, diferencias e independencia. Ya se ha aprendido que no se puede predecir el futuro por lo que la esperanza se cifra en permanecer juntos mientras el deseo y el afecto estén presentes.

Lic. Alicia López Blanco
Psicóloga Clínica y Escritora
Autora de: “La salud emocional”, Mujeres al rescate” (Paidós), y “Estar Mejor” (Ediciones B)

martes, 3 de enero de 2012

¿Solas o acompañadas?


En la actualidad, las redes sociales y las herramientas informáticas facilitan y promueven la comunicación pero lo paradójico es que, de manera proporcional, la soledad se ha incrementado y transformado considerablemente experimentándose con sentimientos contradictorios: se la vive, al mismo tiempo, como pasaporte a la libertad y como factor de sufrimiento. 

Es frecuente que muchas alimenten la ilusión de no estar solas creando vínculos que se desvanecen con la misma facilidad con la que nacen. Esto lo vemos multiplicado en las redes sociales donde “un millón de amigos” no pueden acallar la sensación de aislamiento.

Muchas mujeres solas creen que lo que más ansían es estar en pareja, formar una familia y tener hijos, pero confrontadas a la realidad de concretar esas aspiraciones se ven invadidas por dudas y miedos. En épocas pasadas, los mandatos culturales nos determinaban pero, al mismo tiempo, nos brindaban la seguridad de estar haciendo lo correcto. En la actualidad la mayor libertad para elegir la dirección de la propia vida suele producirnos un verdadero vértigo y muchas veces cuesta, en medio de la multiplicidad de opciones, encontrar el propio deseo.

Vivimos en un mundo especular en el que encontramos afuera ni más ni menos que lo que somos por lo que, si se nos dificulta el encuentro de un otro con quien compartir la existencia algo tendremos que revisar respecto de nuestro genuino deseo. A veces no se trata de encontrar a la persona indicada sino que, en el fondo, queremos que ella sea funcional a nuestros planes personales, por ejemplo, el de tener un hijo cuando suena el reloj biológico.

Si deseamos construir una verdadera relación con intimidad, compromiso y confianza, amor y proyecto compartido, necesitamos desarrollar esos valores para con nosotras mismas. Cuanto más enteras estemos más probabilidades de encontrar a quien esté en la misma condición. No se trata de ser la mitad de algo sino del encuentro de dos unidades. Se trata de entender que en una pareja ambos tenemos que estar dispuestos a dar y recibir de similar medida, ceder, tolerar, negociar y aceptar las discrepancias. Sobre todo estar dispuestas a soportar lo que falta, aquello que no está ni estará ni en nosotras ni en el otro. Ni príncipe azul, ni princesa dormida. El otro no está para cubrir nuestra expectativa o para sernos útiles en nuestros propios proyectos, tratemos de tener presente que una pareja es una consecuencia, no una meta. 

Lic. Alicia López Blanco - Psicóloga Clínica